PORN
Así se conseguía porno en la década de los noventa
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A quienes nos tocó ser adolescentes en la edad media, o sea, a finales de la década de los noventa, nos tocaba ir a conseguir porno en plena luz del día y en lugares públicos, en donde obviamente había muchísima gente, creo que eso era mucho peor que ser traficante de cualquier cosa. Muy lejos estaba esa intimidad absoluta de encontrar sexo en tu dador de porno preferido, desde tu lap o iPhone.
La cosa era así: Antes del Netflix, ibas a rentar películas a los video clubs. Normalmente ahí ibas con tus padres a escoger las películas familiares, motivo por el cual, ya conocías a los empleados pero también, era el único lugar para elegir (Dios bendito) ¡PORNOGRAFÍA! Hablo de esos locales de video renta en México, que no pertenecían a las grandes cadenas, como el MacroVideoCentro o el Blockbuster, me refiero a esos localitos chafas en los que encontrabas la sección porno al lado de las películas de “Mickey Descubre la Navidad” por ejemplo, y como no había regulaciones, podían rentarte lo que quisieras aún siendo un menor de edad. Repito, estoy hablando de la época del medievo.
Entonces, siendo apenas un puber-adolescente, una vez ahí, tenías que poner cara de indiferencia, y actuar de lo «más casual» pero al ver un surtido rico de tetas, pitos e infinidad de posiciones realmente burdas y ridículas, que por más que te las dabas de estar viendo esas imágenes con la mayor «normalidad posible», al ver esas portadas, salivabas cual lobo hambriento y tu corazón empezaba a latir rapidísimo. ¡Carajo! ¿Cómo no? Si nunca antes en tu vida habías visto nada de eso.
A ésto, súmale que tus ojitos se medio cerraban y al querer hablar, titubeabas, se te iba la voz y sonaba hueca como cuando te pones bien caliente. ¿Qué decir de la mísera y pequeña carpa de circo que se te formaba entre los pantalones? ¿De tu cara roja? O sea, ya estabas puestísimo, eso era la antesala del orgasmo y sin darle play.
Había otro factor vergonzoso y humillante. Si de por sí, el hecho de ver porno, era algo señaladísimo, ahora, dar a conocer tus gustos enfrente de la gente, era de lo más bizarro.
¡Sí! Que se enteren todos que al hijo de la profesora, a su edad, le gustan las güerotas que son empaladas por negros con pollas del tamaño de boas, o que escogió títulos como “Arma Rectal 2″ o “069 Licencia Para Follar”. Eso era peor a lo que ahora significa que chequen el historial de las porquerías que ves en tu computadora, o revisen tu iPhone en la mañana porque la noche anterior, antes de dormir, se te olvidó cerrar la página del porn.
Las chicas que trabajaban ahí y que eran mayores que tú, al darse cuenta perfectamente de la situación, se acercaban más para chingar, que para auxiliarte y todavía tenían el descaro de preguntarte si te podían ayudar en algo. A lo que con voz entre cavernosa y de pacheco, intentabas contestar con profesionalismo: “solo estoy viendo, gracias”. ¡Awww ternurita! “En lo que te pueda ayudar me dices ¿eh?” Después de eso venía una risita humillante.
Normalmente te quedabas pasmado contemplando las portadas llenas de rubias adictas al peróxido y a la silicona, esas mujeres con chichis imposibles, que eran altísimas y seguramente de Europa del Este, sus figuras, en ese momento, eran el ideal de lo que era estar buenísima en esa época.
Después de pasar como 18 veces saliva y hacerte güey en las otras secciones de películas porque entraban señoras o conocidos, no te restaba más que hacerte aún más pendejo en la sección de caricaturas. Y es que en donde te cacharan, hacías el pinche oso (¿qué hace un adolescente en la sección de caricaturas, con una tienda de campaña entre sus jeans?) finalmente, cuando todos se iban, volvía la chica ahora sí, al rescate.
Lo más sorprendente era cómo, con una elegante indiferencia, tomaba control de la situación y casi de forma, incluso maternal, entre con ternura, actitud de amiguita, con complicidad, coquetéo (las mujeres siempre serán cabronas) e indiferencia, la chica te dió buenas recomendaciones y es ahí donde encontrabas por fin, algo reconfortante. “A ver, ¿qué te gusta?” Te quedabas en silencio y no tenías la capacidad de contestar. Ya era demasiado el shock de hablar de sexo con una chica mayor y sobre todo, de pornografía.
Con maestría y con mucha seguridad, escogía varias opciones. “Mira si te gustan las chichonas, aquí salen unas güerotas guapísimas, te va a gustar, si te late lo hardcore, ésta es bien buena porque es una súper orgía bien loca, a mi me gustó mucho.»
«Mmm esta no creo que te guste, es más romántica, con besos y toda la cosa ¿Conoces a Silvia Saint? Es una checa espectacular.” Y ahí la tenías, una trabajadora de las películas que no solo veía porno, sino que era una experta en el tema.
Finalmente estabas frente a tu VHS o DVD, dispuesto a disfrutar eso que con tanto trabajo y pena te costó conseguir, material para darte esa sensación exquisita de solo algunos segundos. Y aquí había otro ritual. Ponías play desde el control, veías a las chicas… le adelantabas, ponías play… Le retrasabas, volvías a poner play… le adelantabas, esa escena te gustaba pero a lo mejor más delante podías ver algo mejor… Otra vez adelantarle, finalmente, dejabas que la película corriera sola.
Para ese entonces ya estabas totalmente en lo tuyo, para nada le hacías caso a las chichonas o a los culotes y menos a la “trama” de la película. La verdad, es que en ese momento estabas pensando en la chica de la renta del video, que sin estar operada y sin ser una “güerota europea” te estaba dando el mejor guión porno-erótico de tu vida.
Mientras estabas en las suculencias manuales, se te venían las preguntas que no tenían respuestas, pero eso era lo que te prendía más. ¿Cómo es que ve porno? ¿Por qué te ayudo a escoger una película? ¿Es tan experta? ¿Acaso le gustaste? ¿Qué si regresas al video club justo antes de cerrar y se quedan solos?
Mientras se sucedía el orgasmo, con los ojos cerrados, la recordabas en el momento justo que te decía: “En lo que te pueda ayudar me dices ¿eh?”.
Apendejadísimo y sin energía alguna, podías reconocer con muchísima gratitud, que esa chica te había ayudado mucho más de lo que tú y ella podían imaginar.
Creo que esas experiencias forjaron e hicieron hombres a los jóvenes de mi generación, realmente era un acto heróico conseguir porno pero aún con todo, creo que fuimos más fresas que nuestros padres, supongo que a ellos les tocaron cosas más fuertes, su “porno” era ir a conseguir chicas a los prostíbulos y ahora las cosas siguen siendo aún más light, ves porno en la comodidad de tu mano, hay chicas en la webcam o incluso también, puedes conseguir citas en apps de ligue o en el mismo Facebook y Twitter.
Ahora, que estás enfrente del Pornhub, te das cuenta que la forma actual de conseguir porno está muy lejana a lo que podías vivir e imaginar con anterioridad. ¿O acaso te podría pasar algo similar desde tu cuarto? Es como cuando dices, “yo quiero que mis hijos trepen árboles y salgan a jugar con sus amigos al parque, que no estén todo el día enfrente del PlayStation”. Yo; en verdad quiero que mis hijos, en su búsqueda del porno, vivan cosas similares a las que viví yo y no lo tengan tan fácil en un pinche buscador. Obviamente, ligar es otra cosa y ese es otro tema totalmente diferente.
¿Qué paso con la chica?
Le hice muchas dedicatorias.
Mujeres ¿o no, eso es el colmo de los halagos? Después de muchos años, sigo hablando de ella. La recuerdo como a la chica estéticamente común y real, que siempre le ganó al porno.