“Se acercó ondulante hasta reposar en el respaldo del sofá”.
Escribí esto en una prosa adolescente, en la que hablaba de un enorme cabellera negra como si fuera un ser vivo.
Mi fijación por el pelo (ver por favor definición de la RAE) empezó desde que tengo memoria. Por el propio y el ajeno. Puesto que el mío siempre ha sido muy lacio y delgado, constituyó una monserga peinarme desde que era un bebé. Supongo que por eso me hicieron una base a los 4 años creyendo que eso iba a ayudar en algo. No sucedió.
Después me obsesioné toda la infancia con tener el pelo largo. Usaba listones a modo de caireles y era la hora feliz cuando tenía la toalla enrollada en la cabeza como un gran chongo que caía por mi espalda. Pero no, ahí andaba yo con mis malditos cortes de niño o, si me empeñaba en no dejarme tusar, con mis tres pelos que llegaban máximo al hombro.
Así, el pelo de otras niñas se hizo objeto de admiración. Esto se extendió a cortes de pelo de niño, colores y texturas. Se volvió mi material favorito y una representación y síntesis de las personas.
Al final: tricofilia. En los últimos años he simbolizado y sexualizado el pelo de tal manera que podemos hablar de un fetichismo que discrimina muy poco. Más de una vez un peinado, un volumen, una medida o un cierto tacto me han puesto en situaciones que de otra forma no hubiera considerado.
Ya metida en la afición, descubrí los videos de los pelos largos: mujeres con cabelleras larguísimas peinándose, caminando o sólo estando por ahí. Sin tetas, ni traseros, ni nada “evidentemente” sexual (para mí sí) yo los veo claramente pornográficos. No sé si causen erecciones o mojazones, pero es claro que están hechos para gente que, como yo, disfrutamos de ver el brillo, el color, el movimiento y que además nos da morbo ver qué tan largo puede ser.
Añadamos a esto la fantasía implícita para el espectador de tocarlo, olerlo y enredarse en él. Porno, vaya.
Les dejo una muestra y ustedes dirán.
Por otra parte, los peinados (en hombres y mujeres) mientras más altos, mejor. Nos encantan los flecos largos en la cara, amamos el volumen de la secadora y los rizos en el cuello. ¡Sí a las pelucas, los postizos y los tintes! Mmm… Esto tuvo un ánimo travestista, pero de eso hablaremos más adelante.
Finalmente, yo como Sansón y ya voy por los 91 cm al día de hoy.
Sí, me lo mido.